Vivía en un barrio bajo de una gran ciudad. El barrio era de lo más pintoresco. Le era habitual encontrarse niños fumando porros en el cobertizo que había debajo de su casa, o yonkis con cara de susto buscando su dosis, pero él siempre se sintió seguro. No le gustaba ir al centro de la ciudad, decía que su barrio era único, y tenía razón. En el centro era difícil ver a los gitanicos tocando la guitarra en el parque, o poder tomarte una cerveza por 95 céntimos. Además, si te faltaban 5 céntimos a la hora de pagar, siempre había alguno que se echaba la mano al bolsillo y sacaba una moneda de las rojas. Vivía con poco dinero, pero siempre decía que, aunque algún día le tocase la lotería, nunca se iría del barrio. Al fin y al cabo el barrio era su vida, y un puñado de billetes no le parecía suficiente motivo como para dejarla de lado.
Conocía a todo el mundo, y todo el mundo le conocía a él. Eso le hacía sentir seguro. Conocer a la gente que te rodea siempre da seguridad. Sabía a qué hora se encontraría con su vecina a la que se cruzaba todas las mañanas cuando volvía de hacer la compra, o la hora a la que los chavales se juntaban a hacer botellón los martes, miércoles, jueves, viernes, y sábados por la noche. Los domingos y lunes eran lo que ellos denominaban como "días de tranqui". Había que cuidar bien a los chicos, eran la próxima generación, y esas cosas se respetaban mucho. Era como una "norma no escrita". En su barrio las cosas funcionaban así, y siempre funcionaban bien... Todos los viernes pasaba a fumarse un cigarro con ellos, y a escuchar las gamberradas que los "cachorillos" (así llamaban a los más jóvenes) le contaban. Ellos siempre se crecían cuando sabían que alguien mayor les escuchaba. Se sentían importantes... Él se descojonaba de risa al escucharlos, se veía reflejado en ellos cuando era más joven. Volvía a su juventud...
Después de estar con los chicos le gustaba ir al bar, haber si tenía suerte y metía gol su equipo mientras observaba la televisión tomándose una cerveza. Al dueño del bar no le gustaba que la gente estuviera en el local sin consumir. Cuando veía a alguien sin tomar nada siempre lo echaba a la calle, así que él siempre daba tragos cortos a su cerveza para que ver el gol que esperaba le saliera lo más barato posible. Con un poco de suerte aparecía algún coleguilla del barrio con un billete de 10 euros, de esos que cuando se te caen al suelo no suenan, y le invitaba a otra ronda. Cuando eso ocurría era su día de suerte porque podía ver el partido completo.
Él nunca llevaba billetes, tan solo manejaba monedas de 5, 10 y 20 céntimos. Solía llevar el bolsillo petao de céntimos, todo "chatarrilla"... A cada paso que daba se escuchaba el repicar de sus monedas, pero entre todas ellas apenas sumaban 3 eurillos. Al echarse la mano al bolsillo siempre se le caía alguna, y todo el mundo se daba cuenta. Las monedas tienen menos valor que los billetes, pero se hacen notar más. Al caer al suelo hacen ruido como queriendo decirte: "Ey!! Recógeme que me he caido!! No me desprecies!!". Los billetes en cambio deben creerse más importantes, ellos desaparecen sin nisiquiera hacer ruido...
La cosa fue bien, su equipo ganó el partido y además consiguió ver los 90 minutos. Luego dió un paseo por el barrio, le relajaba mucho hacerlo... Se encontró a un chico con un pañuelo en la cabeza y ropa ancha que le ofreció droga, pero no tenía mucho dinero, así que el chico de pantalones caídos desaparecío rápidamente. Después se cruzó con un personajillo del barrio. Todo el mundo lo conocía por "El Navajas". Los apodos en el barrio no eran muy elaborados, pero definian bastante bien a la persona en cuestión. Era un pequeño delincuente en potencia, pero era un tío simpático y detallista, siempre tenía el detalle de delinquir fuera del barrio. En el barrio siempre se comportaba bien, e incluso invitaba a tomar algo de vez en cuando. Era un tío generoso en el fondo...
El día no tenía nada de especial, un día cualquiera en el barrio, hasta que se encontró con una persona. Esa persona estaba en la esquina, observando a todo el que pasaba, pensativa... No la conocía de nada. Él pasó de largo, pero la persona de la esquina no dejaba de llamarle. Le hacía: "EEEhhh!!! Chssss chsssss!!". No había problema, él sabía como hacer para que no le molestara. Así que usó la frase que siempre funcionaba en el barrio para que la gente extraña no le molestara. Le dijo: "No tengo dinero!!". Parece ser que la persona de la esquina se llamaba Dani, o al menos eso decía el colgante que llevaba al cuello. Dani le miró fijamente y le sonrió. "¿¿Dinero??, ¿¿Quién habla de dinero??".
Él quedó desconcertado al ver que Dani, el chico de la esquina, no quería venderle droga ni obtener nada de él. Era una situación muy rara, de esas en las que sientes que estás viviendo una escena de película. Hubo un instante de silencio en el que las sensaciones de ambos empezaron a brotar. Miraba fijamente los ojos de Dani, tenían un brillo especial. Eso le hizo sonreir a él también... Durante ese instante de silencio parecían dos enamorados que se comunicaban sin tener que abrir la boca. Eran completos desconocidos, nunca se habían visto por el barrio. Era como si se conocieran de mucho tiempo atrás, pero la situación no dejaba de resultar extraña para él. Dani decidió romper el silencio. "¿¿Me das un abrazo??", dijo. Él no solía fiarse de la gente a la que no conocía, pero vió una mirada tan limpia que no dudo en abrazarlo. No fué un abrazo cualquiera, fué especial... Con sus cuerpos enlazados él preguntó a Dani: "¿¿Qué quieres de mí??". "¿¿Por qué iba a querer algo de tí?? Sólo quiero regalarte algo!!", respondió Luis.
El desconocido del colgante tenía un Don que nadie más posee. Era capaz de hacer realidad los sueños de las personas con sólo abrazarlas. Cambiaba abrazos por sueños... Si... Además, ese Don se transmitía a la persona que abrazaba. Nadie le creía cuando lo contaba, así que prefería regalar sueños a la gente sin dar más explicaciones. Mucha gente lo llamaba loco. "¿¿Cuál es tu sueño??", preguntó Dani mientras ponía la mano en su espalda. Volvió a hacerse el silencio, así que el chico del colgante decidió hablar de nuevo al ver que él se había quedado bloqueado. "Bueno, no hace falta que me lo digas. Tú solo abrázame". Después de utilizar su Don decidío contarle el secreto. Él quedo perplejo, pero le creyó. Fué la única persona que no pensaba que Dani estaba loco.
Después de conversar un rato se despidieron. Él no supo decirle cuál era su sueño, pero a partir de ese momento supo que sus sueños se harían realidad, y que podría hacer realidad los sueños de los demás. Nada ni nadie podría impedirlo. Cuando algo le salía mal no se preocupaba demasiado, sabía que su suerte cambiaría y que, tarde o temprano, sus sueños se cumplirían. Se sentía protegido...
Mostrando entradas con la etiqueta relatos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta relatos. Mostrar todas las entradas
miércoles, 31 de octubre de 2012
viernes, 20 de enero de 2012
Si no lo veo me lo creo
Y el despertador de mi móvil sonó sin reparar en su torpeza. Lo apagué al instante, abarcando los botones con la palma de mi mano, asegurándome de pulsar la tecla que devolviera la ilusión a mi edredón. Habían sido apenas 5 segundos, así que volví a cerrar los ojos con fuerza, pegando mis legañas, intentando agarrarme a ese sueño.
Sí, tuve un sueño "mágico". No sé, lo llamaré así porque no encuentro la palabra que sepa calcar esa sensación. Sí, "mágico" no es un adjetivo, es una sensación. Parecía real... Bueno, en realidad creo que lo era... Me pellizqué en el sueño mientras soñaba, y no desperté, así que sí... era real... Un sueño real con los ojos cerrados y entre sábanas, pero... ¿y qué mas da eso?.
Sí, tuve un sueño "mágico". No sé, lo llamaré así porque no encuentro la palabra que sepa calcar esa sensación. Sí, "mágico" no es un adjetivo, es una sensación. Parecía real... Bueno, en realidad creo que lo era... Me pellizqué en el sueño mientras soñaba, y no desperté, así que sí... era real... Un sueño real con los ojos cerrados y entre sábanas, pero... ¿y qué mas da eso?.
Os prometo que sentí ese abrazo... Es más, os prometo que lo sentí como nunca antes había sentido ningún otro. Un abrazo de alivio, un "por fin te tengo en mis brazos", un "háblame bajito pa' que nunca despierte", un suspiro de alivio y necesidad, de paz, de cariño, y de más sensaciones en las que la letra se convierte en garabato. Las palabras no dan para explicar lo que sentí al convertirnos en la pieza que completaba nuestro puzzle... Sí, dos personas, una sola pieza... Perdona por no saber explicarme con claridad... Quizá algún día pueda contártelo en silencio, mirándote a los ojos...
Pasé dos minutos cerrando mis ojos con fuerza. No conseguí recuperar el sueño... Volví a abrirlos, para que al paso del tiempo no le diera tiempo de borrar la esencia de ese sueño.
Me gustan los primeros minutos en los que te despiertas de un sueño "mágico", sí.... Ya has despertado, pero sientes esa vivencia como real. Por eso me gusta saborear esos primeros minutos, porque puedes sentir cosas especialmente especiales...
martes, 6 de diciembre de 2011
La historia del verdadero amor
"Manolo... ¿recuerdas el día en que nos conocimos?" , dijo mientras clavaba una hoja recien caida del árbol en la punta de su bastón...
"Claro Josefa... Fue en este mismo lugar, lo recuerdo como si fuera ayer...", respondió emocionado.
En ese momento, la plaza del pueblo quedó en silencio, en una especie de nostálgico-silencio-emocionante (todo junto) mientras ellos reposaban las torcidas espaldas en su antiguo banco. Sí, digo suyo, porque ellos lo consideraban así. Era el banco que había visto nacer su amor, y que 70 años después seguía sosteniéndolo. ¿Acaso podía haber algo más suyo que ese banco?
Manolo sonrió. Era una sonrisa que se tornaba en risa por momentos...
"¿De qué te ríes", preguntó ella.
"No me río... Recuerdo nuestros primeros momentos...".
"¿Y en qué piensas?", volvió a preguntar ella, queriendo unirse a ese revivir de sensaciones.
En ese momento, Manolo quitó la mano del hombro de su amada, señalando con su dedo índice: "Recuerdo cuando queríamos besarnos... Teníamos que escondernos detrás de aquel roble, para que tu padre no nos viera... Nunca olvidaré esos besos...".
Después de 70 años, nada en el pueblo seguía igual. Las antiguas casas de piedra se habían tornado en chalets, el viejo colegio al que acudían los 16 niños del pueblo ahora era un enorme instituto al que venían niños de todas las aldeas cercanas...
Sin embargo, casualidades o regalos de la vida, ese banco seguía ahí, y aunque los árboles del pueblo tampoco eran los mismos, ahí seguía él, firme... como si el paso del tiempo no fuera con él.
Manolo agarró el bastón, se remangó los pantalones para levantarse, y una vez en pie, cogió de la mano a Josefa, volviéndole a señalar aquel roble, mientras se miraban a los ojos.
Ambos asintieron con la cabeza, dirigiéndose torpes hacia ese enorme tronco que ni los brazos de todos los niños del pueblo podrían abrazar.
Se apoyaron ahí, donde nadie les veía. Ya no tenían que esconderse de nada, pero era ese el lugar en el que habían de colocarse para hacer de ese momento un momento único y especial...
Volvió a hacerse el silencio. Manolo acarició el rostro de su amada con tanto cariño que fue ese el momento en el que comprendí lo que era el verdadero amor... Cuanta emoción... Creo que incluso ese roble invencible al que nada ni nadie alteraba, debió de derramar una lágrima esa tarde. Era inevitable...
"Te quiero... No te vayas nunca por favor... Yo me encargaré de vigilar día a día nuestro banco y nuestro árbol, para que esto nunca termine... Te lo prometo...".
Ella, mientras acercaban lentamente sus labios, respondió susurrando con la voz entrecortada: "No te preocupes... Cuando dos personas se quieren de verdad, cuando dos almas se hacen una, cuando tu dolor se hace también mío y mi felicidad de los dos... Es imposible que nada ni nadie nos separe...".
Suscribirse a:
Entradas (Atom)